12.18.2010

De cuando perdí la fe en la gente

Cada día, nos enteramos de decenas de muertes violentas en todo el territorio nacional.

Ejecutados en los estados del norte, en Morelos o Michoacán. Más de 35 mil en seis años.

Además de los crímenes pasionales, el hombre celoso que ahorca a su espsa y otras historias telenoveleras.

Son nuestros muertos de cada día. Los normales.

Pero, de vez en cuando, en promedio de una vez por mes, nos llegan las "muertes indignantes".

72 inmigrantes centroamericanos masacrados. 6 mujeres quemadas vivas encerradas en una tienda Coppel. 65 mineros que mueren atrapados debido a malas condiciones laborales. El homicidio de la mujer que exigía cárcel para el asesino de su hija.

Historias de ese tipo son las que hacen que miles digan y escriban que están "hartos de vivir en este país", "avergonzados", "con repudio", etcétera.

A mí no me indigna lo que sucede en México, ni me avergüenzo de vivir aquí. Y hay una razón: hace tiempo perdí la esperanza en que la situación mejore.

Pero, mi esperanza no se esfumó como vapor de agua. Hubo una razón y la puedo resumir en una línea:

Si en un país mueren 49 niños y nada cambia, no hay nada bueno que esperar de la gente que vive en él.

Así que cada vez que hay una de estas "muertes indignantes", sólo me divierto al escuchar y leer los comentarios de "repudio" que piden justicia. Es muy fácil quejarse.

Sí creo que este país cambiará y mejorará. Simplemente, no creo que lo hará la generación actual.