12.21.2013

Solución de cafeína

La cafeína es mi droga favorita. No puedo concebir un día sin beber café.

No recuerdo cuándo comence a beberlo, tal vez fue durante la pre-adolescencia o durante mi primer trabajo, de botones en un hotel a los 16, donde a veces tenía que mantenerme despierto toda la noche.

Me ha acompañado durante todas las mañanas desde la universidad hasta los empleos nocturnos y en los momentos en que se necesita exprimir neuronas. Hace años dejé de beber café soluble, sólo lo tomo por cortesía o en una emergencia catastrófica.

Los ruidos de la cafetera por la mañana son la mejor canción. Empujar la aeropress es el preludio de una explosión cerebral.

Me serviré otra taza de café bien cargado.

12.19.2013

Personajes recurrentes

Cada mañana en la caminata de rutina entre la guarida y la estación del metro veo personas que siempre son parte del escenario.

En una esquina, un hombre de unas cinco décadas, tez morena, cabello negro peinado perfectamente con gel de la que más brilla, pantalón de mezclilla, saluda cortésmente a la gente y ayuda a las señoras a abrir las cortinas de sus negocios mientras fuma un cigarro de mota que regala un olor a hierbas a todo su alrededor.

Una mujer morena clara, cabello oscuro y lacio, en sus veintes, bonitas facciones mesoamericanas y caderas agradables, cruza siempre frente a mí mirándome con la máxima discreción.

Con el cabello corto de los lados y el cuerpo lleno de tizne, un hombre joven y grueso empuja un diablito con cilindros metálicos mientras repite el mantra que anuncia a todo el barrio la venta de gas.

Cada día camino en sentido contrario a la multitud de cal y cemento. Cientos de trabajadores de la construcción, muchos llevan pan y atole en sus manos rígidas llenas de callos. Acentos del sureste mexicano y chamarras y gorras con logotipos deportivos.

Me gusta pensar que muchos de estos personajes imaginan historias sobre los demás miembros del escenario.

12.18.2013

Cajas de indiferencia

Los vagones del metro son enormes cajas de indiferencia. Espacios móviles que de lunes a viernes son silenciosos, nadie habla, a excepción de los vendedores que gritan.

Las personas viajan a sus trabajos u hogares tratando de no pensar en la demás pasajeros,  aún y cuando se respiren el  aliento a quince centímetros entre cara y cara.

Alguien puede caerse, desmayarse, vomitar,  pelearse a golpes con otro y la gente será sólo espectadora pasiva del  espectáculo de la vida diaria.

El escenario se ve distinto los fines de semana, a partir del viernes por la noche los vagones son una mezcla de decenas de conversaciones de personas que ahora sí sonríen.