4.27.2011

Nalguitas.

Fue en algún sábado de 2010, compartía depa con mi compa Iván en la legendaria colonia Escandón de la Ciudad de México cuando se nos ocurrió una idea de esas que cambian el mundo.

Al Iván le gusta que lo sodomicen duro los efebos de entre los 17 y 20 años, de preferencia skates y de barrios bravos del DF o el Estado de México. A mí me pasan las morras locas, con preferencia para las que escriben bonito, toman fotos o diseñan.

Un sábado cualquiera en el depa era de sobrevivir la cruda, despedir al jale respectivo, fumar y tomar unas Indio en lo que llegaba la noche para buscar desmadre qué hacer.

Era común que platicáramos en la sala, un espacio con sillones viejos pero bonitos, "vintage" le dicen los gays, adornado por unos ceniceros robados de algún bar. Hablábamos sobre cualquier pendejada, lenguaje, cultura, periodismo, anécdotas y nalguitas.

Sí, de nalguitas.

Iván me comentaba sobre algún morro de Neza o Iztapalapa y de cómo se estaba enamorando (o de cómo se lo estaba llevando el carajo) y yo hacía recuentos sobre alguna morra borracha que me gustaba o de cómo las desafanaba al primer berrinche.

- ¿Qué vas a hacer ahora? 
- Voy a ir con una nalguita.

La conversación pudo haber ocurrido en cualquier dirección. Entonces, nos dimos cuenta que nalguita es la expresión más adecuada para la equidad de géneros.

Una nalguita es una morra, un bato, una señora, una vestida, un enano, una metalera, un banquero... Todos somos o tenemos una nalguita.

A partir de entonces, uso y promuevo el uso de la expresión nalguita, para referirme a las morras con las que salgo, e invito a que cualquiera le llame nalguita a su jale, independientemente del género o preferencia.

De ahora en adelante, cualquiera puede presumir con orgullo que va a ir a ver a su nalguita.