10.14.2012

Los legendarios pericos de la San Benito


La primera vez que los vi fue por allá en 2001, caminaba por una de las calles de la colonia San Benito, en Hermosillo, un extraño parloteo me hizo levantar la mirada y en las ramas más altas de un árbol miré un par de pericos, verdes con algunas plumas rojizas en la cola.

Pinches pericos se escaparon de alguna casa, pensé, y deduje que era la única explicación para que esas aves tropicales estuvieran allí, en esa ciudad desértica en la que las temperaturas son aptas sólo para reptiles y humanos masoquistas.

Pasaron los días y meses, y en esas caminatas por las tardes entre la universidad y el apartamento, la visión de los pericos se hizo más común, hasta que llegó el verano y desaparecieron.

Dos años más tarde, volví a escucharlos. Esa vez era una parvada. Una decena de escandalosos puntos verdes voladores que atravesaban la calle Reyes. Ya no era una casualidad, un grupo de loros habitaba los árboles de la San Benito, una colonia antigua que comenzaba a convertirse de un lugar habitado por viejitos cuyos hijos abandonaron el nido a una zona comercial.

Ver un perico ya no es algo común, antes era normal que se tuvieran como mascotas, la gente les enseñaba a repetir palabras, especialmente las altisonantes, o a chiflarle a las muchachas cuando estas pasaban por la banqueta. Hoy es delito federal grave poseer y comercializar un perico, aunque en este país muchos delitos son costumbre.

Comencé a imaginar el origen de estas especies que obviamente no son endémicas del desierto infernal. Tal vez los primeros escaparon de una casa en la que los dueños no cometieron la barbarie de cortarles las alas. Tal vez se van y regresan como una tradición para honrar los prófugos que fundaron la colonia.

En El buen ejemplo, un cuento del siglo XIX, Vicente Riva Palacio habla de un perico que era mascota de don Lucas, un maestro de una escuela rural en la selva mexicana, y el ave aprende igual que los niños a combatir la ignorancia, hasta que un día escapa para fundar su propia escuela con los pericos del sur de México.

Desconozco el origen y los motivos de los pericos para establecerse la San Benito, porque son territoriales y no se les ve en otras colonias, aunque una vez vi una pareja de loros en la cima de un árbol de mango cerca del Seguro Social de la Juárez y en algunas cuadras de la colonia Balderrama. Y me han dicho que los han visto también en la modelo.

Mucha gente duda de su existencia, hasta que los escucha y los ve. Parece inverosímil que en esta ciudad se cuente con animales silvestres.

Una vez, en una fiesta, alguien contó que por allá a fines de los años noventa, sus abuelos, que vivían por las calles cercanas a la Universidad de Sonora, en la afamada San Benito, tenían un par de pericos y que estos escaparon una noche que olvidaron cerrar la jaula después de darles de comer. Posiblemente nunca sabré si esos pajarracos fugitivos fueron Adán y Eva de la comunidad, pero me gusta pensar que los legendarios pericos de la San Benito siempre regresarán a honrar su memoria.