3.30.2013

Cristo murió en Iztapalapa, otra vez.

Decenas de miles de personas listas para presenciar la ejecución de Jesús de Nazaret, evento que se realiza por 170 años en los barrios de Iztapalapa, en la Ciudad de México.

Bebo rápidamente dos cafés, sin endulzante como siempre, y tomo el metro rumbo al llamado teatro más grande del mundo. Tomo la novedosa Línea 12 y trasbordo en Acalitla, una estación de pasillos tan largos que se siente como una peregrinación para ver a Cristo.

Al salir de la estación homónima a la delegación Iztapalapa, el colorido, los sonidos, los olores, invaden los sentidos. Juegos mecánicos, vendedores ambulantes que ofrecen al visitante práctimente de todo, tlayudas, flores, medallitas con algún santo (las cuales promocionan como "la máxima protección por sólo diez pesos").

Es mediodía y las calles están llenas de turistas, curiosos y feligreses. Arriba de un puente peatonal una enorme escultura que representa a Cristo cargando la te da la bienvenida y te dice que estás ahí para ser testigo del evento máximo que se lleva a cabo en la zona.

En la entrada del Santuario del Señor de la Cuevita, un templo construído en el siglo XIX, miles de creyentes reciben mazos de manzanilla y pedazos de pan, los cuales frotan en el manto de un Cristo acostado que según los relatos salvó a los iztapalapenses de una epidemia de cólera durantenla primera mitad del siglo antepasado (y en agradecimiento comenzaron a escenificar la Pasión hace 170 años).

En el interior, cientos de hombres con vestimenta púrpura, huaraches y coronas de espinas decoradas con flores, están sentados en silencio en las bancas de la iglesia mientras el templo se llena de humo de copal, una resina vegetal que desde tiempos prehispánicos se usa para limpiar el espíritu.

Estos hombres son los Nazarenos, católicos que realizan el mismo recorrido que Jesús cargando una cruz, muchos de ellos descalzos sobre el ardiente asfalto de las calles de los ocho barrios de Iztapalapa. Es un ritual para pagar una manda o para expiar culpas. Cada cruz es diferente, algunas llegan a tamaño y peso absurdo pero cada uno de ellos la carga hasta los pies del cerro donde crucifican a Jesús.

Ver a los Nazarenos correr con sus cruces por las calles se siente como un evento deportivo, como un maratón en el que hombres de todas las edades (alcanzo a ver sólo a una mujer y es una niña de unos nueve años) le entregan su esfuerzo físico y espiritual a Jesucristo.

Mientras tanto, miles y miles de personas suben a las faldas del Cerro de la Estrella para ver el momento de la muerte de Jesús, Dimas y Gestas en tres cruces gigantes colocadas en la cima.

El cerro es hostil, sin caminos, la gente sube por donde puede levantando nubes de polvo mientras los vendedores ofrecen bebidas frías, sombreros y congeladas (hielos de sabores).  La vista para los turistas y curiosos ni siquiera es buena, un cerco impide acercarse y la mayoría disfruta el espectáculo a través de las pantallas gigantes colocadas en varios puntos de la loma.

Pasan de las dos de la tarde, el sonido de tres helicópteros se mezcla con el de vendedores y el proveniente de las pantallas. El calor arrecia.

A un costado del cerro hay una colonia popular cuyas angostas calles se han convertido en tianguis. En una esquina unos jóvenes venden micheladas preparadas con mucho chile, el porche de una casa se ha convertido en una pulquería improvisada y está abarrotada. Este día hay Ley Seca en la delegación, no hay venta legal de alcohol.

Quince pesos por entrar a ver, me ofrece un puberto. Es una pequeña vecindad en la que tras meterte a una casa y salir por una pequeña ventana estás en el techo de un cuarto justo detrás de las cruces donde ejecutarán a Jesús y los ladrones. Unas lonas protegen a decenas de curiosos de los rayos del Sol mientras algunos disfrutamos una cerveza fría de las que venden en el lugar.

Casi a las cuatro de la tarde llega Jesús y lo crucifican, después de media hora de intervenciones de soldados romanos con discursos llenos de palabras que no aparecen en la Biblia como República, democracia y otros anacronismos.

Mientras Jesús es elevado a la cruz y un hombre vestido de ángel le arroja una paloma blanca, cientos de soldados romanos y policías de verdad cuidan y consienten a sus caballos a unos metros de donde culmina el calvario.

La gente se retira dejando enormes nubes de polvo. Antes de regresar a sus hogares, muchos hacen una parada en el tianguis que se colocó en los alrededores del metro Cerro de la Estrella.

La tarde cae. Para los Nazarenos esperan días de ampollas y deshidratación. Para los creyentes se ha continuado con la tradición. Para los turistas ha sido un buen espectáculo. Jesús ha muerto una vez más en Iztapalapa.

*Las fotos de La Pasión de Cristo 2013 se pueden ver aquí.