2.25.2013

Bitácora del lunes.

24 horas en la Ciudad de México. Después de un domingo de cruda, desperté con el entusiasmo de la sobriedad total y el sabor de un café Passmar hecho con la itinerante Aeropress. Cumplí mi eterno antojo de un tlacoyo de requesón bañado con nopales, queso y salsa verde, elaborado con maestría por una mujer frente a la Alameda Central.
La Feria del Libro del Palacio de Minería es un laberinto de editoriales y auditorios semiocultos. La literatura es tan torrencial que es difícil pescar el interés por una presa impresa.
Las fuerzas armadas del país tienen ocupado el Zócalo capitalino, pero a diferencia de las situaciones históricas en esta ocasión es para una exposición bélica de armas, tanques, helicópteros y hasta los botiquines de emergencia.
Las calles del Histórico llenas de personajes que le dan vida a la capital de los contrastes.
Caminé kilómetros para encontrar un café con un asiento vacío y culminé el lunes en un departamento sin electricidad.
Me preparo para las historias sin precedente.

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