9.26.2010

De cuando la tecnología asustó a dos policías.

Era la semana de la celebración del Bicentenario, como a las cuatro de la mañana, en el límite que separa la Condesa de la Escandón. La borrachera había estado buena. En el taxi llevaba una cerveza de las que amablemente venden con ilegalidad en Plaza Garibaldi.

Una breve conversación en el exterior de un edificio y me despedí de mi compañera de parranda. Dejé el vaso con media cerveza junto a la basura y procedí a caminar rumbo a mis dominios, a unas siete cuadras de distancia. Andaba borracho, pero aún con buen sentido de orientación.

De pronto, llega una patrulla, se baja un policía y me dice: "Estabas tomando, te vimos dejando a tu noviecita." Le aclaré que difícilmente podría comprobar que estaba ingiriendo, porque ya andaba borracho y le había parado a la peda desde hacía un buen rato. Además de que no caminaba por la calle con alcohol en la mano.

Insistió y me hizo regresar por la bebida, con la que me acusaría ante las autoridades competentes. Me invitó a subir a la patrulla y dijo que me llevaría al "Torito". El vehículo comenzó a moverse y el policía cambió su actitud a la de pedir mordida, mientras yo intentaba escribir en mi Blackberry.

-¿Cómo te llamas?
-No les voy a decir mi nombre y no les voy a dar ni un pinche peso.
-Tienes que darnos tu nombre.
-Si quieren saber mi nombre, lo escucharán cuando me remitan en el Torito. Pero ustedes sí están obligados a darme el suyo, oficiales.
-¿Para qué quieres saber?
-Porque en este momento voy a tweetear que me llevan al Torito con argumentos muy pobres para detenerme, con mención a la cuenta de PolicíaDF. Así que por favor díganme sus nombres, los dos.

Para mi sorpresa, cuando los policías escucharon que iba a tweetear cambiaron totalmente su actitud, a una mezcla de coraje y nervios. Me dijeron que no me pusiera en ese plan y que no iban a decirme sus nombres. Respondí que no había problema, que tendrían que darlos cuando me remitieran.

La patrulla se detuvo. Se bajó el conductor, abrió la puerta y me dijo que me bajara. A mitad de la banqueta en actitud de furia comenzó a gritarme que no me convenía esa actitud y que no son las formas. Envalentonado por la borrachera que traía encima, le respondí del mismo modo, hablando fuerte y con lenguaje altisonante: "Si me van a llevar, llévenme de una pinche vez, ya quiero saber sus pinches nombres."

La furia del jenízaro era tal, que yo estaba esperando que me soltara varios chingazos, mientras me gritaba de cerca. Pero un borracho profesional siempre se mantiene de pie, con la frente balanceándose.

Me preguntó dónde vivo. "¿Qué te importa dónde vivo?". Ya no había marcha atrás a ponerse al brinco. "O me llevas y lo tweeteo, o me dejas ir ahí muere", ofrecí un trato al policía. Sin agregar palabra, se subió a la patrulla y emprendió la marcha, no sin antes que el otro bajara el vaso de cerveza.

Se fueron y caminé a mi departamento. Entonces sí me iba pisteando la evidencia con la que pretendían encarcelarme.

Epílogo.
Mi Blackberry siempre estuvo sin batería.

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