9.29.2010

Sobre el olor de la Ciudad de México.

"Huele a una mezcla entre maíz y drenaje", fue mi primera impresión del Distrito Federal.

Análisis acertado pero que se queda corto, la capital mexicana es una mezcla de aromas indescriptibles que invaden las fosas nasales, algunos de formas suaves, otros, de maneras brutales.

En la calle olemos lo que no vemos, las sobras de lo que estuvo allí, los residuos del perro, la fuga de drenaje que se secó y se convirtió en partículas de polvo. Nos respiramos unos a otros, el sudor, el humo del cigarro que ya contaminó los pulmones del prójimo, los gases contaminantes de los automóviles... Elementos que en su conjunto crean el perfume de la ciudad.

Tal vez el olor más característico del monstruo urbano es el que se percibe en los alrededores de las estaciones del metro. Decenas de negocios informales donde, además de vender piratería, se cocinan tacos de pastor, suadero y longaniza, sopes, hamburguesas y sushi, junto a el humo directo de los automóviles, sudores de indigentes y fugas de drenaje.

La combinación del maíz con las esencias humanas, animales y automotrices es el aroma distintivo de la capital mexicana. Y parece que hasta es agradable, si no, nadie comiera en esos lugares o al menos le sacarían la vuelta. Pero los tacos junto al metro siempre tienen clientela.

Dentro del metro, el olor agrio de un viernes a las seis de la tarde es, para los no iniciados, impactante. Cientos de personas sudorosas apretujándose unas a otras al ritmo de los mejores éxitos del rock en español o toda la colección de Juan Gabriel en formato MP3, a la venta por sólo diez pesos. Todos van del trabajo a su hogar, oficinistas revueltos con obreros de la construcción, pegados unos a otros, respirándose.

La primera vez que experimentas el olor del metro congestionado es inolvidable y quisieras que fuera irrepetible, pero el cuerpo humano es chingón y en dos o tres viajes más tu cabeza aprende a bloquear el aroma de los jugos que brotan de las glándulas sudoríparas de otras personas.

Para la tercera o cuarta vez, el cerebro asimila los olores y hasta le pierdes el miedo a los tacos de afuera de la estación del metro.

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